miércoles, 21 de abril de 2010

Momentos de Nadie III

Abre los ojos de golpe y la luz blanca le quema los ojos, pega un grito y salta del asiento. Todos se giran hacia él. ¿Qué demonios les pasa? Se vuelve a sentar, y sonríe a su audiencia. El Hombre Topo continua con su discurso acerca de la capacidad persuasiva de la corriente filosófica centrada en la autocomplacencia y la pasividad frente al dialogo interior, mientras él se apoya en la palma de la mano mirando al frente pero sin ver absolutamente nada. ¿A quién demonios le importa esa mierda de clase? Cierra los ojos e imagina una naranja pelada que le sonríe con una anchísima boca desdentada. Las palabras de sus canciones favoritas flotan en un universo mohoso y se enredan salpicándose unas a otras, para que él y sólo él pueda escogerlas y reordenarlas formando las frases más importantes de su vida. ¿Qué vida se resume en unas pocas frases? Al abrir de nuevo los ojos ve demasiado cerca de su cara un rostro sonriente que le repugna hasta límites inconfesables, ni le gusta ni le interesa lo más mínimo esa persona que por todos los medios trata de convencer de su simpatía a los demás.

-¿Qué te pasa?-pregunta con importancia fingida.

Apenas la mira, alzando las cejas en toda respuesta y pregunta. Vuelve a cerrar los ojos y desea que dicho ser desaparezca en los próximos cinco segundos... ¡Sí!, deseo concedido Míster Detestable.

Súbito ruido de movimiento y voces que comentan sin ceñirse a los susurros. Bien parece que se ha acabado. Se levanta y recoge con la misma mano hojas, chaqueta y móvil. Y sin mirar atrás se larga del recinto tan rápido como le permiten las desgastadas suelas de sus zapatillas.

Qué le jodan a todo, sólo quiero llegar a casa y “magrearme” a gusto con la almohada.

martes, 6 de abril de 2010

Momentos de Nadie II

Lleva más de dos horas frente al ordenador y hace alrededor de seis minutos que permanece con la mirada fija en un punto imaginario situado ligeramente por encima del centro de la pantalla de diecinueve pulgadas.

–¿Te queda mucho?

Oye esa voz tan conocida a su espalda, pero aún así decide no romper todavía la situación de semi inconsciencia en la que se encuentra, sólo unos segundos más, tal vez se le ocurra algo en el último instante…

Intento fallido.

–No –responde mientras cierra un documento completamente en blanco–. Definitivamente, he terminado.

Cierra sesión a la vez que se calza correctamente unos discretos zapatos con tacón de siete centímetros, negros y de punta redondeada. Se levanta de la silla sintiendo un dolor punzante en la rodilla izquierda. Recoge la cartera y el móvil del escritorio, así como el bolso y la chaqueta de cuero y se gira a la vez que esconde su gesto de disgusto bajo una tímida sonrisa de resignación.

–Vámonos ya, por favor.
–No has avanzado nada con la crítica del libro.
–En absoluto. –se pone la chaqueta hábilmente mientras ambas caminan hacia el ascensor–. ¿Cómo se supone que se recomienda un libro que no has leído? –pregunta negando con la cabeza sin ser consciente de ello.
–Nadie dice que tengas que recomendarlo, de hecho ni siquiera tiene por qué ser “ese” libro.


Llama al ascensor y se gira de modo que ambas mujeres quedan cara a cara.

–Sí, pero tiene que ser “ese” libro, porque es “su” libro –contesta acompañando las palabras con exagerados movimientos de su mano libre–. Todo el mundo sabe que a lo que más aspiro en estos momentos es a poder trabajar en su revista, todo el mundo espera que la crítica semanal sea sobre su recién publicado libro, ¡podría hacer que se fijara en mí!
–¡Hay que ver cómo exageras!, tan sólo es la crítica semanal en el blog de una editorial mediocre. No va a tener tanta repercusión, hace cinco días desde el lanzamiento, piensa cuantas críticas le habrán llegado ya.


Entran en el ascensor y marcan el botón que encierra una B. Ella mira su reflejo en espejo con la frente fruncida mientras la otra mujer elimina con los dedos índices el maquillaje sobrante de sus perfilados ojos.

–Necesito encontrar a alguien que haya leído el libro –dice mordiéndose el labio inferior–. ¿Se te ocurre alguien? –pregunta con tono de suplica mientras se gira a su interlocutora e interpreta el papel de cachorrito abandonado que, en estas circunstancias, suele sacarla del paso.
–Eres tan cabezota… Supongo que siempre puedes probar con Daniel. Ya sabes, tiene que hacer su destripamiento mordaz de la semana, o no dormirá bien los próximos seis días y puede que como tú, se haya percatado de “su” libro. Pero sabes que no sacarás nada halagador de él.

Las puertas metálicas se abren en el vestíbulo y las dos avanzan hacia la salida del edificio seguidas por la mirada de una recepcionista con esencia de limón.


–Daniel… –dice pensativa.
–No es lo que andas buscando, pero el sí se leería el libro si pretendiese hacer una crítica sobre él.

Se gira para dedicar esta vez una mirada que pretende ser “fulminante” a esa mujer que en estos momentos se ríe de ella. Vuelve la vista al frente, a los escasos peatones que a esa hora transitan por la calle y con un ligero tono de rechazo sentencia:

–Daniel aún me debe una.

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