lunes, 21 de junio de 2010

Momentos de Nadie IV: Autosuficiencia emocional

Cerró los ojos y giró el rostro justo a tiempo de recibir el impacto a puño cerrado de su hermano. La onda expansiva avanzó a la velocidad del rayo desde su pómulo, inundando su cavidad craneal, comprimiendo sus pensamientos y despertando lágrimas desesperadas que poco a poca iban asomándose a las ventanas del alma, aun cerradas. Abrió los ojos para encontrarse frente a la ausencia de un hermano al que por pura necesidad había obligado a tal acto. Porque en el fondo, uno prefiere que dañen los de su sangre antes que un completo desconocido, lo que por otro lado no iba con él. Su cobardía le impedía cualquier acto de provocación.

Necesitaba ese golpe. Necesitaba hacer físico ese dolor que le quemaba por dentro. Necesitaba llorar de cualquier modo. Necesitaba una válvula de escape. Necesitaba pasar página, por mucho que en ella estuviesen escritas sus frases favoritas.

Su condición de hermano menor y adolescente aún le permitía concederse actos como aquel, aunque para ser justos este había sido una autentica putada. Su hermano iba a tener que dedicar incontables horas para rehacer aquellos originales, al menos se trataba de un proyecto personal. O tal vez por eso precisamente había dado tan buen resultado, ya que su tutor últimamente parecía alcanzar limites de tolerancia insospechados. Sabía perfectamente cómo iba a lucir todo eso de cara al público, “adolescente con traumas que trata de llamar la atención adquiriendo una conducta problemática y rebelde”. Le venía como anillo al dedo. Nadie iba a preocuparse en preguntarle personalmente que le ocurría cuando podían afirmar su problema basándose en actos, y mientras tanto el podía ir reconstruyendo su interior siguiendo sus propios métodos. A estas alturas ya sólo se fiaba de sí mismo y no era para menos, su padre le había dejado grabada una frase cuando aún era pequeño: el mundo está lleno de lobos. Ahora solo tenía que rematar la función con una acción tan estúpida e inmadura como la anterior.

En un llanto silencioso y amargo a la vez que placentero, se dirigió a la puerta principal, y echando mano de su cazadora oscura abandonó el hogar. Rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar los auriculares, antes de salir del edificio ya iba acompañado de los lamentos desesperados de una ronca y agradable voz. Entró en el primer establecimiento de comestibles al que llegó y compró un refresco frío. Camino de la estación de trenes agradeció sentir la frialdad de la lata sobre su piel, aquello iba a adquirir una tonalidad muy poco favorecedora en las próximas horas.

Después de contemplar ensimismado los trenes que iban y venían, finalmente se decidió. Entró en la estación y se aproximó a los mostradores de venta de billetes, mientras contaba el total de crédito que ofrecía su cartera; 23,63 euros. Suficiente.

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