miércoles, 30 de marzo de 2011

El intrépido suceso del martes por la mañana



Eran pasadas las 12 de la mañana cuando se despertó. Se giró sobre sí misma y sintió una incómoda humedad resbalando por sus muslos. Aún medio dormida se llevó la mano a la zona interna del muslo derecho, bajo las mantas y bajo el camisón. Acaricio la zona sólo para comprobar al sacar la mano que la yema se sus dedos estaban cubiertas de sangre. Mientras limpia sus dedos en el camisón, empuja las mantas con la otra mano, se levanta de la cama mientras la sangre se desliza en dirección a sus rodillas y llega al baño justo cuando los ríos rojos invaden los gemelos.

Antes de desvestirse ya está dentro de la bañera, y abre el agua caliente mientras aún lleva puesto el camisón de seda. Se desnuda mientras el agua empapa su cuerpo, arrojando las prendas al otro extremo de la bañera. Se enjabona sonriendo, como cada vez que tiene el periodo desde que cumplió los cincuenta, porque es uno de las pocas experiencias que considera innatas a la juventud.

Desnuda, sentada en el borde de la bañera, se coloca el tampax y aún desnuda se seca el pelo, teñido de rubio platino y con negras raíces incipientes a juego con las finas cejas depiladas a conciencia. Recorre la casa cuidando de pasar por cada una de las ventanas con las cortinas abiertas, mostrando su desnudez con orgullo, pues no piensa vestirse hasta llegar al tendedero que hay en la terraza. Sobre el suelo de la terraza hay unas bragas que no reconoce, con estampado de leopardo, pensando que posiblemente pertenecen a la inquilina del  6º y también en lo atrevidas y sexis que son, se las pone.

Baja las escaleras del bloque de pisos repasando mentalmente la lista de la compra, al pasar por el 2º un escalofrío recorre todo su cuerpo, se para y mira hacia la puerta del 2ºC, que en ese instante se mueve como si acabara de cerrarse. Un poco asustada continua bajando, intentando en vano retomar los ingredientes del guiso.

Distraída por lo ocurrido acaba comprando merluza en lugar de cordero y macarrones en vez de arroz. Siente la cabeza aturdida y culpa de ello a la pérdida de sangre y al desayuno suprimido. Apresura el paso con una renovada necesidad de llegar a su piso y en tal estado se tropieza con más de cinco viandantes.

Llega al edificio sin ser consciente apenas de ello, en el mismo estado logra abrirse paso hasta el ascensor del portal, en el que entra y pulsa la tecla con un dorado número 5. Pero sin que las puertas lleguen a cerrarse, un mano alargada y marmolea las detiene, deslizándose a continuación el dueño de dicha mano al interior del ascensor. Dos ojos grises y antiguos como el tiempo la observan desde la esquina opuesta del habitáculo. Más allá del gris ceniciento se extiende una profundidad sin límite que al mirarla la rodea con gélida opresión arrastrándola a través del remolino circundante.

Esas manos duras y heladas superan todo obstáculo textil aprisionando sus senos con una fuerza dolorosamente placentera. Viscosa, húmeda y áspera es la lengua que recorre ahora su clavícula, bajando con espástica lentitud en dirección a su ombligo, mientras los falanges agiles como culebras acarician cada una de sus costillas, presionando cada recoveco de su cuerpo con violencia reprimida y desencadenante de hematomas.

Está desnuda, sobre un colchón que reconoce como suyo, en una semioscuridad fruto de las persianas bajadas, pero no ni recuerda ni le importa cómo ha llegado allí. Su cabeza está invadida por las nieblas del placer fruto de la incoherencia y las habilidades cunnilinguisticas de aquel desconocido sin escrúpulos. Se sacude sin remedio a cada instante, mientras retuerce la colcha de la cama en sus puños, pero dos garras aceradas mantienen sus caderas sujetas firmemente a la superficie, y así continua hasta perder el conocimiento de puro agotamiento entre gemidos y sacudidas.





Son pasadas las 12 de la mañana cuando se despierta. Abre los ojos, desorientada. Se gira hasta quedar de costado y nota entonces como algo húmedo y cálido resbala por sus muslos, en ese momento comienza a recordar fragmentos de lo ocurrido. Alarmada levanta las sábanas y ve para su tranquilidad que lleva puesto el camisón de seda, que sin embargo está manchado a causa del periodo. Aturdida y confusa con el sueño que ha tenido se levanta de la cama en dirección al baño mientras la sangre se desliza por sus piernas.

Sin desvestirse entra en la bañera, y abre el agua caliente mientras se desprende de las prendas que comienzan a empaparse. Arroja la ropa al otro extremo de la bañera, sonriendo mientras se enjabona, feliz de conservar aun vestigios de una juventud que pronto la abandonará definitivamente. Acaba de ducharse, y envuelta en la toalla, recoge apresuradamente el camisón y las bragas de la bañera, para ponerlas en la lavadora con el resto de la colada.

Pero esas bragas de leopardo nunca han sido suyas.






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PD: Esto es lo que ocurre cuando una encuesta queda en empate.






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domingo, 6 de marzo de 2011

Capitulo 7º: Fortaleza, roedores y hurones


El joven Jeaume volvía a tener un enorme moratón en la cara. La niña de rubios cabellos castrados había entrado en un proceso de adaptación al medio que estaba haciendo de ella, cada vez más, un ser completamente asilvestrado. En las últimas semanas no sólo había comenzado a construir un refugio en el bosque, sino que había  desarrollado una puntería endiablada que empleaba para hacer blanco en el desdichado Jeaume cada vez que este asomaba la nariz en las proximidades de su escondrijo.

El enemigo era probablemente el animal más tozudo de cuantos se había encontrado hasta el momento en aquel apacible lugar. No había roedor en el perímetro de su fortaleza, ya fuera ardilla o conejo, que no aprendiese a mantenerse distanciado tras recibir un buen golpe de piedra o tocón en su hueco cráneo, y en caso de que esto no resultase, una patada solía hacer el resto. Sin embargo aquel cadáver andante con ojos de búho hambriento, seguía pese a todo acercándose día tras día hasta aquel sitio que ella había elegido para establecer su escondite de las maravillas. La voracidad depredadora de aquel persecutor no entendía de advertencias, tanto le daba si se rasgaba sus sucios pies en las rocas afiladas o si los huesos de su cabeza se deshacían como hojas secas bajo la presión de las ramas de los arboles al caer. Sin embargo, la niña si sacó en claro algo con todo lo acontecido: las ansias de matarla y engullirla de aquel ser del inframundo eran tan desmesuradas que llevaban a su alma maldita a afrontar cualquier tipo de lesión. Ella debería tomar nuevas medidas para protegerse.

Y aun así, pese a los golpes en  todo el cuerpo y los cortes de sus pies descalzos, el niño seguía acatando su cometido impasiblemente a cambio de la comida y esperanza de vida que allí le ofrecían. El joven Jeaume incluso llegó a olvidarse del dolor físico mientras disfrutaba de las atenciones de la amable Lena, pues era esta la encargada de su bienestar tanto como del de su atacante. Las heridas apenas se resistían a curar una vez que la moza bajo su encanto angelical las limpiaba y frotaba con hierbas, y si eso no era suficiente la gran señora de la cocina siempre le duplicaba la ración de queso para que su cuerpo se recuperase lo antes posible. Su alma se veía endeudada ante la amabilidad nunca antes conocida en ningún infierno visitado durante su corta existencia, por ello cada día, desde el alba hasta que caía de sueño, se esforzaba en proteger a aquella niña que evolucionaba rápidamente al salvajismo más absoluto. En el más reciente de sus empeños, la niña asilvestrada había decidido crear un escondrijo en el bosque. Aquello podría asemejarse rápidamente a un nido de algún ave rapaz, pues en todo el perímetro circundante se amontonaban los cadáveres de los animalillos que inconscientemente osaron acercarse en vida y que debieron perecer bajo la ira de quien allí moraba. No obstante, no era esta insalubridad lo que preocupaba a Jeaume. Lo que realmente atormentaba al niño eran los depredadores que atraídos por las presas se acercaban allí: zorros, hurones o lechuzas habían acudido hasta el momento en busca de la carne muerta, pero no tardarían en aparecer otros de mayor tamaño y peligro, tales como lobos u osos. Por esta razón el joven trataba en cada momento de aparente tranquilidad, aproximarse y recoger aquellos restos de animales con la intención de alejar lo máximo posible el peligro de aquella que le atacaba y a la que debía proteger.

Todos los seres de aquel bosque eran fascinantes. O casi todos. Los sucios y diabólicos roedores no dejaban de aparecer, se acercaban sigilosamente con terribles intenciones a la niña; pretendían roerle los pies y devorar cada uno de sus pobres dedos. Y no era de esperar otra cosa pues eran esbirros de aquel espíritu mezquino que siempre la espiaba. Ella le había visto acariciándolos, acunándolos en sus brazos, él los amaba y les susurraba infestas instrucciones para que invadieran la fortaleza y capturaran a sus habitantes. Pero no todo estaba perdido, pues los seres honrados del bosque estaban del lado de la niña, aquellas ágiles serpientes peludas eran su mayor aliado, la guardia de la fortaleza. Todas combatían a la vez contra los infames roedores y resistían estoicamente esperando mientras, que los aliados de mayor tamaño acudiesen al grito de socorro de Sylviana.

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