La princesa se levantó, enfadada como siempre, se miró al espejo y suplicó por su muerte. Ya no podía soportar más su fealdad, sus mejillas pálidas, sus ojos hundidos sus labios cenicientos, sus greñas grasientas. A gritos llamó a su doncella, espero medio segundo y comenzaron sus sospechas. Todos la traicionaban, todos la odiaban y confabulaban contra ella.
Los mórbidos conejos de sus sueños se lo habían advertido mientras ella les observaba devorar pasteles. La doncella no llegaba, y la princesa ya había contado hasta la docena, volvió a llamarla, gritando, desgañitándose. Se le raspó la garganta, y un líquido metálico y dulzón corrió por ella, sangre. Sangre que se encaminó hacia sus pulmones con una bocanada de aire. La princesa, traicionada y herida cayó de rodillas y se convulsionó al ritmo de las arcadas.
Los mórbidos conejos de sus sueños se lo habían advertido mientras ella les observaba devorar pasteles. La doncella no llegaba, y la princesa ya había contado hasta la docena, volvió a llamarla, gritando, desgañitándose. Se le raspó la garganta, y un líquido metálico y dulzón corrió por ella, sangre. Sangre que se encaminó hacia sus pulmones con una bocanada de aire. La princesa, traicionada y herida cayó de rodillas y se convulsionó al ritmo de las arcadas.
Entonces llegó la doncella, sucia e infantil, de ojos llorosos, que se horrorizaron ante el estado de su adorada princesa y presurosa la levantó del suelo y la trató con los más dulces cuidados.
Le hizo daño, y lo hizo a sabiendas, y sonreía con maldad mientras la empujaba a la cama y le sacudía la cara, arañándola con sus largas y mugrientas uñas. La atormentó has que la princesa se desmayó y aún después esta podía oír sus siniestras carcajadas que la acompañaron durante toda la pesadilla en la que se sumergió. Su corte traicionándola. Ella, sucia y harapienta, encerrada en una torre, muriendo de hambre, negándose a ingerir las bazofias que le ofrecían como único sustento, buscando desesperada las pastillas y brebajes que la mantenían sana y viva. Enloquecida y acompañada únicamente por esos repulsivos conejos zampones que ni tan siquiera podían desplazarse. Lo único que poseía semejante a los amigos, sus consejeros y únicos aliados.
La Servidumbre entera se afanó como era costumbre ante los desmayos de la princesa, la cocina preparó las más llamativas exquisiteces, las doncellas prepararon el más perfumado baño y el más suave vestido, en todas las salas del palacio ardieron los hogares hasta que el ambiente estuvo caldeado y acogedor. Media docena de doncellas hacían guardia en la habitación de la princesa, y varios médicos revisaban su estado cada media hora. Hasta que la princesa abrió sus grandes ojos, cinco horas después, con cara de enferma y sufrimiento, radiante con todo y bella, siempre bella.
Abrió los ojos con espanto. Se había reunido a su alrededor, como si esperasen que su precaria cama se convirtiese en su lecho de muerte. Pudo ver los gestos de malvada esperanza y sádica diversión en sus ávidos rostros antes de que estos se camuflasen tras una estática sonrisa que escondía desagrado y repulsión.
Cuanto cambia y cuanto entiendo leído de otra forma.
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