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domingo, 21 de marzo de 2010

Capitulo 5º: Paja, sentencia y cambios

Miraba curiosa a su alrededor pero sobre todo se giraba para ver empequeñecerse la cárcel que durante años había conocido. Un soplo de viento le acarició la robada cabellera. Se palpó la cabeza y sonrió, era como si le hubiesen liberado de unas cadenas aferradas a ella de un modo más seguro que los candados. El viejo carro traqueteaba, sobre el terreno y ensordecía todo lo que la niña no necesitaba oír.


Esa misma mañana, el Rey en persona acompañó a su heredera a los jardines donde se había convertido en asesina. Los nobles habían renunciado al exhibicionismo en parte por egoísmo vengativo y en parte por compasión a su monarca. Todo estaba dispuesto. Los familiares de las damiselas muertas se acomodaban en improvisados bancos frente al verdugo enmascarado y su afilada compañera. A la princesa le habían peinado los ondulados cabellos y vestida con un sencillo vestido semejante a un camisón, aparentaba la pureza personificada. Una máscara ocultaba su rosto y una fina tela reprimía su vista, aislándola en la oscuridad y el desconocimiento. Pura y ciega como la dama que se disponía a juzgarla.


La niña disfrutaba tumbada sobre las balas de paja, mientras mordisqueaba una manzana y escupía la fruta masticada. A ratos tarareaba canciones sin sentido y suspiraba con la mirada perdida en las tierras de Mirmitonia. El conductor de carromato sudaba en abundancia bajo un tímido sol, con la vista fija en los asnos que avanzaban con paso lento por el remoto camino del reino rumbo desconocido.


Arrodillada en el terreno húmedo, la princesa apoyó la cabeza sobre una irregular pieza de madera. El rey se alejó de ella, con la mirada ida y el rostro pétreo, dio la señal y entonces un chillido mudo rasgo el espacio y aterrizo sobre la madera, mientras la hierba se teñía de rojo una vez más, los presentes asentían y derramaban lagrimas acidas. Rodo por la hierba un segundo, hasta que el enmascarado verdugo, recogió la cabeza y la deposito graciosamente junto al cuerpo. Vinieron a recoger sus restos para rellenar el ataúd que ya esperaba huésped. El comité de verdugos se transformo en marcha fúnebre y finalmente cuando ya se encontraba profundamente bajo tierra desparecieron abandonando al Rey que aprovechó entonces para pedir perdón a la tumba y al extenso cielo.


Ese viejo desagradable la miró por tercera vez durante el largo viaje sin destino, no alcanzaba a descifrar el lenguaje de sus ojos, de su expresión descompuesta. Había tenido tiempo de sobra para acostumbrarse a sí misma. Sin largos cabellos, ni complicados vestidos tan solo unos calzones sin color y una blusa amarillenta que se hinchaba con el aire cada vez que saltaba sobre la carga de paja.


El Rey recorría los pasillos lúgubres del castillo, solo como siempre pero de repente mucho más vacio.

viernes, 12 de marzo de 2010

Capitulo 4º: Libertad, felicidad y destino.

Los monarcas y burgueses parientes de las niñas masacradas pidieron a gritos venganza por su muerta descendencia. El deseo de ver correr la sangre de la princesa por la cuchilla de la guillotina podía verse reflejado en los ojos enrojecidos de Duques, Condes y Lores. Por todas partes resonaban los tambores de una guerra dramática. Ya nada podía asegurar la pervivencia de la princesa pues su locura la había convertido en la más joven y sanguinaria asesina de todo el reino.

Sentía algo nuevo y puro en su interior. La habían arrancado de su victoria sin apenas darle tiempo a disfrutarla, pero no le importó en absoluto, pues todo a su alrededor parecía haber cambiado, sus carceleros rezumaban respeto y aquel torturador que por pretexto tenía el haberle dado vida, parecía cansado de infligirle daño. La princesa podía disfrutar ahora de sus dos libertades, ya nadie parecía estar interesado en ella tal y como ella nunca había estado interesada en nadie.

El Rey meditaba angustiado el destino de la princesa, debatiéndose entre la muerte de una hija que jamás le había querido y el alivio de unos padres que habían perdido a sus queridas hijas. El porvenir del reino no importaba ya en absoluto, pues nada que podía haber de bueno en el porvenir de una futura monarca demente y asesina, no obstante algo en el corazón del Rey quería mantener con vida a toda costa a su descendencia que pese a todo le era querida.

Y ahora que nadie se empeñaba en recluirla, podía correr libre por los jardines visitando una y otra vez el magnífico escenario de su libertad. Ojalá siguiese tal y como entonces haciéndole más fácil recrear una y otra vez lo allí acontecido… Aún así ella saltaba de un lado a otro gesticulando y rodando por la hierba, gritando y riendo a carcajadas para acabar siempre sus representaciones hundiendo las manos con fuerza en la tierra húmeda, del mismo modo que las había hundido en el torso desgarrado de uno de aquellos monstruos. Y esa sensación de plena superación la invadía de nuevo de un modo adictivo.

Nadie tenía ahora ordenes de vigilar a la pequeña, que completamente abandonada corría y se escondía por los jardines, desaseada y desnutrida. Iba de aquí para allá procurando no ser vista, desaparecía durante largas horas y reaparecía fatigada y amoratada. Algunas criadas aunque temerosas, cuidaban en dejar caer jugosas frutas al alcance de la princesa, mientras la observaban con lastima deseando que siendo consciente de su precaria situación huyese del palacio y así tuviese al menos una opción de sobrevivir, pues poco tiempo le quedaba para disfrutar de la felicidad regalada a un condenado a muerte.

La que siempre había sido su prisión cambiaba progresivamente de forma, por fin tenía el trato que como princesa jamás había conocido, definitivamente se había superado.
Pero jamás tal felicidad fue eterna.
Una tarde dos temibles y rudos guardias le dieron caza cual cervatillo, la agarraron sin miramientos y llevaron a rastras hacia el interior de unos muros que recuperaban su fría naturaleza. Fue postrada ante el Satanás hecho persona en forma de tirano dorado y la abandonaron allí, sellando las posibles salidas, a solas con el mal.

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