La taza cae de lado sobre la
mesa, esparciendo casi la totalidad de su contenido, que acaba goteando sobre
el suelo.
– ¡Joder! –dice buscando a su
alrededor algo con lo que parar el progreso del líquido. Acaba cogiendo una
camiseta de debajo de la cama que extiende sobre el té caliente invasor de la
mesa.
Entonces empieza a sonar música
de modo amortiguado desde algún incierto lugar de la habitación y el chico
intenta localizar la fuente del sonido, levantando y revolviendo todo lo que le
rodea, pero sin éxito en su propósito.
– ¡Matías! –Llama una voz de
mujer desde algún lugar fuera de la habitación – ¡Coge de una vez el móvil! Que
son las dos de la mañana, ¿es que no sabes ponerlo en silencio o qué?
–Lo estoy buscando, lo estoy
buscando –repite el chico más como un mantra invocador que como respuesta a su
madre, mientras el teléfono deja de sonar. – ¡Joder!
Recoge la taza de la mesa y la
camiseta mojada, con la que de paso seca las gotas caídas al suelo. Sale de la
habitación y atraviesa un corto pasillo hasta la cocina. Una de la puerta de
las que hay en el pasillo está abierta. Dentro se ve una habitación iluminada
por una lámpara de mesa, una mujer de unos cuarenta años que, sentada en un gran escritorio de madera,
garabatea en color rojo sobre una pila de folios. Una vez llega a la cocina
deja la taza al lado del fregadero, abre el grifo y termina de empapar la
camiseta con agua, la escurre y repite el proceso un par de veces, finalmente
sale por las puertas de cristal corredizas que conectan la cocina con la
terraza y extiende la camiseta sobre un tendedero de plástico. Vuelve a entrar
en la cocina y comprueba la tetera de metal que reposa en los fogones, está
vacía. La rellena y pone al fuego, mientras el agua comienza a hervir, registra
la nevera en busca de algo que pueda comerse fácilmente, la tetera comienza a
lanzar un suave silbido que indica que el agua ya está lo suficientemente
caliente. Decantándose finalmente por unas sobras de la cena, cierra la nevera
y va a apagar el fuego.
– Cariño… –llama la mujer desde
la habitación con tono meloso y pedigüeño – ¿Puedes rellenar también mi taza?
Va hacia la habitación de su
madre y recoge la taza vacía que hay sobre el escritorio, vuelve hacia la
cocina y la coloca junto a la suya. Pone en sendas tazas las bolsitas de
té y el agua caliente. Las deja reposar
durante unos minutos, en los que da buena cuenta de las sobras del risotto de
calabaza. Recoge las tazas de té y sale de la cocina apagando hábilmente el
interruptor con el codo.
Entra de nuevo en su
habitación, dejando la taza sobre la mesa y sentándose en la cama con el
portátil sobre las piernas. Súbitamente el móvil olvidado comienza a sonar de
nuevo.
–¡Matías!
–Joder, joder, joder – repite
desembarazándose del portátil y rebuscando de nuevo por la habitación. Esta vez
consigue encontrar el teléfono detrás la puerta, tirado en el suelo bajo unos
pantalones usados.
–¿Qué? –exclama contestando
bruscamente, sin ni siquiera comprobar el número de la llamada.
–Eh… ¿hola? – saluda una voz
indecisa al otro lado.
–Maldito capullo… –dice al
reconocer la voz, más calmado, casi aliviado de oírle –¿dónde estás?, ¿estás
borracho?, tu hermano me ha preguntado por ti.
–No, no estoy borracho… A mi
hermano que le den.
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