Eran pasadas las 12 de la mañana cuando se despertó. Se giró sobre sí misma y sintió una incómoda humedad resbalando por sus muslos. Aún medio dormida se llevó la mano a la zona interna del muslo derecho, bajo las mantas y bajo el camisón. Acaricio la zona sólo para comprobar al sacar la mano que la yema se sus dedos estaban cubiertas de sangre. Mientras limpia sus dedos en el camisón, empuja las mantas con la otra mano, se levanta de la cama mientras la sangre se desliza en dirección a sus rodillas y llega al baño justo cuando los ríos rojos invaden los gemelos.
Antes de desvestirse ya está dentro de la bañera, y abre el agua caliente mientras aún lleva puesto el camisón de seda. Se desnuda mientras el agua empapa su cuerpo, arrojando las prendas al otro extremo de la bañera. Se enjabona sonriendo, como cada vez que tiene el periodo desde que cumplió los cincuenta, porque es uno de las pocas experiencias que considera innatas a la juventud.
Desnuda, sentada en el borde de la bañera, se coloca el tampax y aún desnuda se seca el pelo, teñido de rubio platino y con negras raíces incipientes a juego con las finas cejas depiladas a conciencia. Recorre la casa cuidando de pasar por cada una de las ventanas con las cortinas abiertas, mostrando su desnudez con orgullo, pues no piensa vestirse hasta llegar al tendedero que hay en la terraza. Sobre el suelo de la terraza hay unas bragas que no reconoce, con estampado de leopardo, pensando que posiblemente pertenecen a la inquilina del 6º y también en lo atrevidas y sexis que son, se las pone.
Baja las escaleras del bloque de pisos repasando mentalmente la lista de la compra, al pasar por el 2º un escalofrío recorre todo su cuerpo, se para y mira hacia la puerta del 2ºC, que en ese instante se mueve como si acabara de cerrarse. Un poco asustada continua bajando, intentando en vano retomar los ingredientes del guiso.
Distraída por lo ocurrido acaba comprando merluza en lugar de cordero y macarrones en vez de arroz. Siente la cabeza aturdida y culpa de ello a la pérdida de sangre y al desayuno suprimido. Apresura el paso con una renovada necesidad de llegar a su piso y en tal estado se tropieza con más de cinco viandantes.
Llega al edificio sin ser consciente apenas de ello, en el mismo estado logra abrirse paso hasta el ascensor del portal, en el que entra y pulsa la tecla con un dorado número 5. Pero sin que las puertas lleguen a cerrarse, un mano alargada y marmolea las detiene, deslizándose a continuación el dueño de dicha mano al interior del ascensor. Dos ojos grises y antiguos como el tiempo la observan desde la esquina opuesta del habitáculo. Más allá del gris ceniciento se extiende una profundidad sin límite que al mirarla la rodea con gélida opresión arrastrándola a través del remolino circundante.
Esas manos duras y heladas superan todo obstáculo textil aprisionando sus senos con una fuerza dolorosamente placentera. Viscosa, húmeda y áspera es la lengua que recorre ahora su clavícula, bajando con espástica lentitud en dirección a su ombligo, mientras los falanges agiles como culebras acarician cada una de sus costillas, presionando cada recoveco de su cuerpo con violencia reprimida y desencadenante de hematomas.
Está desnuda, sobre un colchón que reconoce como suyo, en una semioscuridad fruto de las persianas bajadas, pero no ni recuerda ni le importa cómo ha llegado allí. Su cabeza está invadida por las nieblas del placer fruto de la incoherencia y las habilidades cunnilinguisticas de aquel desconocido sin escrúpulos. Se sacude sin remedio a cada instante, mientras retuerce la colcha de la cama en sus puños, pero dos garras aceradas mantienen sus caderas sujetas firmemente a la superficie, y así continua hasta perder el conocimiento de puro agotamiento entre gemidos y sacudidas.
Son pasadas las 12 de la mañana cuando se despierta. Abre los ojos, desorientada. Se gira hasta quedar de costado y nota entonces como algo húmedo y cálido resbala por sus muslos, en ese momento comienza a recordar fragmentos de lo ocurrido. Alarmada levanta las sábanas y ve para su tranquilidad que lleva puesto el camisón de seda, que sin embargo está manchado a causa del periodo. Aturdida y confusa con el sueño que ha tenido se levanta de la cama en dirección al baño mientras la sangre se desliza por sus piernas.
Sin desvestirse entra en la bañera, y abre el agua caliente mientras se desprende de las prendas que comienzan a empaparse. Arroja la ropa al otro extremo de la bañera, sonriendo mientras se enjabona, feliz de conservar aun vestigios de una juventud que pronto la abandonará definitivamente. Acaba de ducharse, y envuelta en la toalla, recoge apresuradamente el camisón y las bragas de la bañera, para ponerlas en la lavadora con el resto de la colada.
Pero esas bragas de leopardo nunca han sido suyas.
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PD: Esto es lo que ocurre cuando una encuesta queda en empate.
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PD: Esto es lo que ocurre cuando una encuesta queda en empate.
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Indignada me hallo por lo que has hecho con él! (No desvelaré su nombre por si acaso).
ResponderEliminarMe ha matado el párrafo de las habilidades cunilinguísticas, y creo que la señora moderna es un poco Paqui. Y eso me resulta extraño.
Muchas de las frases me parecen geniales.
Besos desde el otro lado de la pared.
"Oyoyoyoyoyoyoyoyoy...!!!"
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