sábado, 6 de marzo de 2010

Capítulo 3º: Demonios, locura y muerte.

Tal y como debía ser, la princesa se reunía cada tres tardes con otras jovencitas de su posición, aquellas que debieran ser sus mejores amigas y confidentes, niñas de la mejor clase y educación, sin duda la compañía más idílica que la joven heredera podía tener para su desarrollo. Cada vez se reunían en distintos lugares, todos ellos exquisitos por descontado; jardines frondosos, salas de música, grandes salones, soleadas terrazas… Ubicaciones de los distintos palacios de residencia de la infantil nobleza.

Sin excepción, contando de tres en tres, la abandonaban con pequeños demonios desalmados de caras sobrealimentadas y ojos enfermizos dispuestos a entretenerse a su costa. Planeaban estos encuentros con esmero, siempre en lugares aislados sin posibilidad de huida. De este modo, el día que no sufría a merced de los demonios infantes, sufría en soledad ante el terror de la siguiente terapia.

Estaba previsto que estas reuniones las pequeñas compartiesen gustos y aficiones, y en definitivas la diversión de la que, por sus circunstancias reales, a diario no disfrutaban. Pero ni siquiera así la princesa parecía feliz y siempre alteraba a las otras niñas con sus extraños actos y macabros juegos. Gritaba enloquecida, y destrozaba los vestidos de las demás, mordía a conciencia y arañaba sin contemplaciones. Ya eran pocas las que se atrevían a hacerle compañía, tarde o temprano debido a su carácter se quedaría completamente sola.

Sus torturadoras la llevaban como si se tratase de un gladiador acabado para lanzarla a las bestias, allí la soltaban durante largas horas. ¡Qué extraños juegos disfrutaban las malditas! La estiraban hasta que se le desencajaban las extremidades, arrancaban a jirones su precaria cabellera y empleaban todo tipo de afilados objetos para rasgar su débil piel y entonces la sangre casi aguada la abandonaba… De algún modo esa sensación comenzaba a antojársele dulce.

La sacaron malherida de la última reunión y ensangrentada, mientras las miradas de horror de cuatro jóvenes llorosas seguían la trayectoria del delicado y moribundo cuerpo de la princesa enloquecida. Así acaban prácticamente todos los encuentros, en tragedia. No obstante solo existía un modo de hacer que la pequeña heredera se acostumbrase; repetirlos una y otra vez, convertirlos en rutina, en costumbre, algo normal y sano.

¿Nada iba detener tal abuso?, ¿sería obligada a enfrentar los demonios una y otra vez hasta la muerte? Pues lucharía, no le quedaba otra opción, no le habían dado otra opción, tendría que encontrar la manera de fortalecerse y crecer, y enfrentar tales monstruos.
Aquella tarde era el momento. Los demonios perecerían, porque o perecían ellos o sus torturas no serian suficientes, tendrían que ir más allá y llegar al final, tendrían que acabar con ella.


Nadie sabe qué fuerza demoniaca había poseído a la princesa, pero aquella última tarde el infierno se encontraba en los jardines de palacio. La verde hierba se tiño de rojo y sobre los cuerpos inertes de las otras niñas, la princesa sentada pulcramente miraba maravillada sus manos ensangrentadas.

1 comentario:

  1. ¿Última tarde?

    Escribir aquí es como una intrusión para mí. No acostumbro a escribir notas a pie de página de los libros que, muy de vez en cuando me leo, pero bueno, seguiré atento de lo que pase dentro de este mundo de forma más o menos anónima (digo esto porque tienes deshabilitados los comentarios anónimos así que si quiero comentar debo firmar, pero tú haz como si mi nombre no acompañara al comentario o como si no me conocieras, o no existiera…).

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