viernes, 26 de marzo de 2010

Momentos de Nadie I

Echa la cabeza hacia atrás a la vez que expulsa el humo de un cigarrillo que se consume con prisa acelerada entre sus dedos manchados de tinta. Cierra los ojos y se sumerge en la melodía que perfora sus oídos y resuena en su cabeza, un equilibrio perfecto de teclados y guitarras chillonas con las cuerdas agudas de una voz histérica. Su musa se llama Soledad y no tanto para su desgracia como para la de los demás, jamás le abandona. Abre los ojos a tiempo para dar la última calada a una colilla inminente, agachando la cabeza un mechón de pelo le tapa la cara lo suficiente como para ocultar su rostro de la multitud ajetreada, pero no como para dejarle sin visibilidad. Van de aquí para allá y vuelven, unos sudan bajo la copiosa lluvia, otros intentan cubrirse de ella con maletines o abrigos y unos pocos andan erguidos con la cabeza alta y el paraguas fuertemente sujeto. Con el ceño fruncido se despide de su amante Nicotina y entra en el vestíbulo que hay a sus espaldas. La mirada ácida de una recepcionista que perdió la sonrisa siglos atrás le invita a frotar las suelas de sus zapatillas en un largo felpudo que miente “WELCOME” en una desalmada tipografía arial. Al pasar por su lado en dirección al ascensor le dedica a la mujer tras el mostrador ese gesto a medio paso entre sonrisa y mueca burlona que tantas enemistades le ha conseguido, no hay nada que hacer, acabaría sumando una más, tarde o temprano. Espera a que el maldito ascensor decida bajar mientras observa sin aparente interés y completamente obsesionado una mancha oscura y grisácea en la baldosa marmolea sobre la que pisa con su pie derecho. Probablemente sea fruto de algún tipo de rueda de goma, como las del carrito de la señora de la limpieza. Mirándola fijamente ve como la cabeza de un lobo abre sus fauces con furia, para no enfadarlo aún más retira el pie de la baldosa, esperando que no invadir su territorio sea más que suficiente para calmar a la mancha. El ascensor inusualmente vacío se abre, y entra en él apretando el botón de la 3º planta sin girarse a ver como el lobo le enseña los dientes por haber osado a plantarle una suela húmeda en su fea cabeza gris. Cierra de nuevo los ojos e intenta disfrutar del solo de guitarra que invade en esos momentos su cerebro, el ascensor está tardando algo más de lo común en ponerse en movimiento, y entonces una mano fría se posa sobre su hombro derecho. Rápidamente se gira mientras con la mano izquierda se arranca los auriculares y con el hombro invadido ejerce la fuerza suficiente para sacudirse la mano intrusa y a la vez no parecer maleducado. Y se encuentra frente a frente con un rostro sonriente y sorprendido enmarcado bajo una mata de pelo castaño recién salido de la ducha.

3 comentarios:

  1. ¿Dónde están los que deciden mojarse?

    Me imagino el lugar porque hoy estuve en uno, que aunque seguro que no tiene nada que ver, a mi me parece parecido. Me gusta el trozo, ¿tiene nombre el hombre de los cascos?

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  2. La respuesta a ambas preguntas es, "no tengo ni idea".

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