Vivo controlando esos sentimientos aterradores, aparentando frente al mundo, cada día, cada instante… Pero no hay manera de prever en qué momento saltarán a la superficie, arrebatadores e impetuosos como siempre, dispuestos a devorar cada centímetro de mi cordura. Avanzan, lentos al principio para luego cabalgar velozmente hacia una desembocadura en el Abismo.
Caminan a sus anchas por los márgenes de la realidad, mientras mis sentidos se fusionan con los gritos de la soledad las palabras escapan de mi cerebro fluyendo hacia la tórrida punta de mi músculo principal, el miembro indispensable, poseedor del gusto y la avidez; mi afilada lengua recibe con placer el sabor de unas palabras que luchan pese a todo, contra todo, por salir y escapar, por volar libres e ilícitas. En el último segundo una fuerza desconocida las apresa evitando que tan puros sentimientos se materialicen en el sonido impúdico de una voz que nunca los ha merecido, pues no están concebidos para perderse en la efímera sonora de la palabras dichas, ni en este tiempo ni en los venideros.
Como flemas vomitadas vuelven cargadas de hiel a mi cerebro, contaminando todo lo que tocan, cada pensamiento con el que se cruzan, idea atormentada se vuelve ponzoña. Y saben amargas, acidas… Tan acidas que no pueden sino provocar arcadas, de modo que un nuevo torrente comienza a deslizarse, pero redirigido en este caso hacia una la verdadera vía de escape. Se encaminan los conceptos y revelaciones malignas hacia las ardientes bifurcaciones de mis manos, siento como me queman las yemas de los dedos y busco a tientas el medio de liberarlas, ya no importa si es papel o teclas, sólo claman por salir.
Como flemas vomitadas vuelven cargadas de hiel a mi cerebro, contaminando todo lo que tocan, cada pensamiento con el que se cruzan, idea atormentada se vuelve ponzoña. Y saben amargas, acidas… Tan acidas que no pueden sino provocar arcadas, de modo que un nuevo torrente comienza a deslizarse, pero redirigido en este caso hacia una la verdadera vía de escape. Se encaminan los conceptos y revelaciones malignas hacia las ardientes bifurcaciones de mis manos, siento como me queman las yemas de los dedos y busco a tientas el medio de liberarlas, ya no importa si es papel o teclas, sólo claman por salir.
Sí, me satisface. Me satisface de un modo casi obsceno la denuncia por mis pensamientos concebida y por mis manos dada forma, me emociona sobremanera el modo en el que las palabras resuenan acusadoras en las mentes ajenas, porque no hay nada más hiriente y estimulante que oír todo aquello que te niegas a admitir siendo recitado por la voz de un subconsciente malhumorado y recluido, eludido y abandonado. Es algo jodidamente atrayente, he soñado una y mil veces con observar a las víctimas de mis creencias, casi como un Dios omnipotente frente a ellos, invisible e inalcanzable para tan inmundos seres. Me apasiona abrir heridas mentales, porque no hay manera de aliviarlas, porque no pueden sangrar y el dolor se acumula, y de vez en cuando hace estallar alguna que otra insignificante cabecita…
El clímax de mi afición: unas palabras inmortales, universales, una voz acusadora cargada de terror y de medias verdades. Sólo deseo inundar a la humanidad con mi veneno, quiero que todo el mundo sienta el dolor supurante de mis pensamientos, quiero que mis impresiones ofendan si han de hacerlo, quiero escupir a la cara de quienes me desprecian las certezas que se niegan a reconocer y que mi cerebro se corra sobre cada uno de vosotros, ensuciando las mentes con la pegajosa esencia de mi sabiduría inventada, de mi locura desatada.
Quiero infectaros con mis teorías, soy un psicópata de las palabras. Un psicópata con complejo de mesías.
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